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Mujeres de piedra y bronce
Por Ana María Maldonado y
Fernando García. ]
07 de marzo de 2017.- Un monumento es, por definición, una obra pública en memoria de alguien o de algo. Pero también es, sin duda, la idealización y materialización de una serie de virtudes alineadas por criterios teológicos y/o culturales. Entre los monumentos de la Ciudad de México, destacan varias figuras femeninas que dan cuenta de la idiosincrasia nacional y la concepción que se ha generado alrededor de la mujer.
Desde la época prehispánica, la Coyolxauhqui y la Coatlicue, ambas esculturas impactantes, mostraron a dos mujeres, madre e hija, en circunstancias completamente diferentes, casi opuestas. A la primera, diosa náhuatl de la fertilidad, de la vida, de la muerte y del renacimiento, “se le ha atribuido una especie de patronazgo maternal, una figura materna”, cuenta Juan Solís, doctor en Historia del Arte.
La segunda, cuya representación es tan o más espectacular que la de su madre, muestra a la mujer fragmentada. “La Coyolxauhqui irrumpió en el subsuelo de la ciudad al ser descubierta. Llama la atención que se le representa justamente en el momento en el que ya está descuartizada”, comenta Solís, para quien existe una analogía, tal vez exagerada, entre esta diosa lunar y la imagen de la mujer actual, en la que “destacan los pechos o las caderas, las piernas, los ojos o los labios, como si se tratara de un sistema fragmentado, más un conjunto de órganos que un cuerpo, que se reconstruye a partir de la deconstrucción”.
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