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Después de 64 años me confieso
Cédar Viglietti |
Soy y seré toda mi vida comunista y –consecuentemente– ateo. Comunista sin partido porque el Partido Comunista al que pertenecí me ocultó la cara brutal del stalinismo, su inhumanidad, sus crímenes, su intolerancia y el daño irreparable a los partidos comunistas de los siglos XX y XXI; y porque me ocultó la sabiduría inmensa y enterrada de León Trotsky.
Ateo (“Gracias a Dios”, como me dicen mis amigos católicos) por muchas razones, por historia familiar y personal. Jamás perdonaré a la Iglesia Católica que prohijó y ocultó los crímenes de la Inquisición, de la conquista de nuestro continente, los crímenes sexuales sobre miles y miles de niños en su historia, la ambición por el poder y el dinero de muchísimos curas, por la labor de zapa de Juan Pablo II por acabar con el socialismo y allanar el camino al capitalismo brutal (“neoliberal”, le dicen) que hoy conocemos.
Pero confieso que reconozco y admiro al Papa Francisco, un hombre sensible, derecho, humilde, sin pelos en la lengua, cercano a Jesús (que como comunista yo me he sentido cercano a este personaje histórico), que comulga con su ejemplo personal.
Acabo de escuchar su discurso en la Catedral Metropolitana dirigido al cártel de la iglesia mexicana que encabeza el criminal, opaco, encubridor de abusos sexuales de los Legionarios de Cristo, millonario y homofóbico monseñor Rivera. Discurso claro, directo, llamando a “no tomar nada por debajo de la mesa”, a “inspirarse en los indígenas masacrados”, “no tenerle miedo a la transparencia”, “la iglesia no puede andar en la oscuridad” y muchas indicaciones más sobre la decencia y la humildad.
Tengo claro que dentro de la iglesia mexicana hubo y hay curas ejemplares –que no pertenecieron ni pertenecen al cártel– como lo fue Sergio Méndez Arceo (tildado por el cártel de “Obispo rojo”); o como lo fue Samuel Ruiz García en Chiapas; o el padre David Hernández Tovilla, activista y defensor de los migrantes; o los actuales Raúl Vera, Pedro Pantoja, Javier Ávila o Carlos Rodríguez, conocido como el “cura obrero”; o Alejandro Solalinde, también activista, decente, sensible, defensor de los migrantes; y cientos de curitas de base que son perseguidos por la alta curia mexicana. A este tipo de sacerdotes ¡qué bien les hace la visita del Papa Francisco! Les dará ánimos, fuerzas y orientaciones para intentar sanear a la iglesia mexicana.
Antes del discurso en la Catedral Metropolitana, el Papa Francisco tuvo los tamaños para hablarle directamente al otro cártel, al cártel de los políticos que manejan a México, donde les dijo –entre otras cosas–:
“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.”
En este mundo de hoy, y en este país donde vivo, cabe la expresión: ¡Viva el Papa Francisco!
Músico nacido en Ciudad de Minas, Uruguay. Ciudadano mexicano y residente en la Ciudad de Toluca de Lerdo, Estado de México.
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