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Pobres al cuadruple
Teresa Gurza |
Flaquitas y chaparritas por la desnutrición de décadas y con evidente falta de higiene que las hace rascarse por todos lados, Rosa y Mireya viven la peor marginación, porque en ellas se juntan cuatro causas de la misma: son mujeres, pobres, indígenas y ancianas.
Han pasado años, sentadas en el suelo frente al palacio de gobierno de Morelos; indiferentes a su presencia, pocos de los que por ahí caminan dejan alguna moneda en sus manos mixtecas extendidas; y una policía de crucero con más de 15 años de servicio en esa esquina, asegura que las ha visto “siempre”.
Casi no hablan castellano, pero logran decirme que son de Guerrero y la miseria las empujó a Morelos; que viven en Tejalpa, y que nadie las ayuda.
Boleros, vendedores, manifestantes y hasta los porteros del edificio a donde el gobernador de la Nueva Visión, Graco Ramírez debiera venir a trabajar cotidianamente, se ríen cuando pregunto si al verlas les ha ofrecido apoyo.
“Como las va a ver, si en meses habrá venido cuando mucho dos veces…” dice una mujer fracturada del hombro que, adolorida y encogida en un banquito, espera que llegue enero para que en el Seguro Popular le hagan válida la consulta que le dieron para ese mes, en el Hospital General de Domingo Díez.
Mientras, se unió a otras seis o siete señoras que rodeadas de carteles de denuncia y rezagadas ofrendas de muerto por los asesinados de Morelos, protestan desde hace 79 días frente al zocalito de Cuernavaca, por todo lo que Graco ofreció y no ha cumplido.
Bordan carpetas para ganarse la vida y sin dejar de tejerles a gancho las orillas, acusan: “nos engañó con que iba a ver por los adultos mayores; en su campaña entregó bastones y sombrillas pero llegó, y todo olvidó…”
Y uno de los guardias admite que lo ha visto poco “capaz y recibe en otra parte… acá viene sin día fijo ni horario…”.
Sorprende que paseantes, boleros, taxistas, meseros, globeros, vendedores de artesanías, y ropa típica, dulces y productos naturistas como piel de serpiente, uña de gato y yerbas para el riñón, coincidan en su opinión sobre Ramírez.
“¿Cual Nueva Visión?, será porque ha sido el más inútil y corrupto gobierno que hemos tenido…”
“Ha habido malos ¡pero como este, ninguno!…”
“Es el peor gobernador que ha llegado; peor que Adame, peor que todos; la situación está para llorar, pero él se ha enriquecido porque en todo se lleva tajada o se hace socio…”
“Y como teme a la gente y las marchas, ni audiencias da…”
“Con decirle, que mandó blindar las ventanas de sus oficinas; por aquí mismo pasaron los instaladores cargando los vidrios…”
Esta semana, campesinos a los que la cosecha pasada prometió 150 millones de pesos, bloquearon las carreteras a Puebla y al DF; “y ya se viene la otra cosecha, que también será malísima…” dice un agricultor que ahora es taxista y necesita manejar 15 horas diarias, para poder sacar lo de la cuenta y la gasolina.
“Pa´mi familia poco queda; por mi edad, 60 años, no consigo otro empleo y las tierras no las trabajo, porque están cansadas y todo se va en fertilizante; los ganones son los acaparadores, como el del Mercado López Mateos que compra las cosechas a lo que quiere y uno por la necesidad de comer, las vende”.
Por cortesía le digo que representa menos años y contesta ofendidísimo, “pues eso le parecerá a usté; pero sólo yo sé, cómo me siento…”
Al ver acuclillada en el escalón del quicio de una tienda a otra de las muchas viejitas en harapos que he visto esta mañana, le pido que pare para bajarme.
Se llama Ana María, está chimuela de arriba y abajo sobreviven dos filudos pedazos de diente, que se mueven y le lastiman la lengua cuando habla.
A diferencia de otras entrevistadas, ella no pide limosna; vive de lo que saca su marido juntando y vendiendo latas y envases vacíos.
Cada tanto, el hombre regresa encorvado al escalón que Ana limpia escrupulosamente al llegar en las mañanas y donde lo aguarda junto bolsas negras en las que echan lo reunido para luego ir caminando a venderlo.
Viven arrimados con la suegra de su hermana, “bien canija; pero por la necesidad aguanto y hago que no oigo”, dice; y no me cree cuando le cuento que hay programas oficiales que ayudan a los ancianos desprotegidos como ellos.
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